J’espère qu’il pleut du café ! 2016

spanish

Ces versets du poète dominicain Manuel del Cabral animent la nouvelle exposition de Luz Severino : « J’espère qu’il pleut du café » qui, après son exposition « Derrière le voile » (2011-2012), reprend avec sa dénonciation de l’égoïsme social et son attachement à une humanité plus solidaire


Al representar en varias obras de colores vivos, mayormente de gran tamaño como para ser más llamativas, una infinitud de granos de café que caen sobre una población simbolizada a partir de unas siluetas con los brazos alzados para recibir esta mana utópica, Luz Severino recalca los afanes de bienestar ubicados « en un rincón del alma » de tantos seres humanos, en la República Dominicana y en el resto del mundo.

Luz Severino nos da a entender esta dimensión universal transcrita por el recurso a un producto tan compartido como el café, segunda mercancía comercializada en el mundo, tras el petróleo, aún más por el recurso a formas simplificadas para expresar lo esencial de una búsqueda común. Nos proporciona en efecto los óvalos de granos (o lágrimas ovaladas…) que tienden a convertirse en rayas verticales que hilvanan cielo y tierra, como una lluvia cafeinada que limpia, filtra y cuela las contaminaciones de nuestras sociedades modernas; y los compagina con los cuadrados de nuestros encerramientos y bloqueos, de nuestros rechazos de reparto así como los círculos o vasijas a donde cae el café, microcosmos de un mundo en espera.

La instalación con su gran caja donde se atesoran los granos de café que no se comparten con la población sedienta hambrienta, física y espiritualmente, simboliza a su vez con sus juegos de espejos y luces esta llamada ecosocial con granos de café, a la par separados y unidos como otros tantos vínculos posibles.

La instalación con su gran caja donde se atesoran los granos de café que no se comparten con la población sedienta hambrienta, física y espiritualmente, simboliza a su vez con sus juegos de espejos y luces esta llamada ecosocial con granos de café, a la par separados y unidos como otros tantos vínculos posibles.

Como en la técnica del grabado que afecciona tanto, Luz Severino suele superponer varias capas, entre lo real y lo imaginario, o sea una invitación a ver por detrás de las apariencias. Al empezar por elementos concretos, como los granos de café, Luz Severino nos induce a compartir sus esperanzas en una dimensión casi real-maravillosa de mejoramientos de las condiciones de vida del pueblo. Su simbología personal se nutre de dichas esperanzas de luz y de pureza espiritualizada.

Resulta polifacético el café severiniano. Por ser vegetal, el grano de café vincula a los seres humanos con la Tierra-Madre o Tierra-Patria que evoca el filósofo francés Edgar Morin y por caer como si fuera lluvia, este café pasa de lo sólido a lo líquido y cobra por tanto varias dimensiones. Así pues, el grano de café, sinécdoque de todo germen de vida, participa de la metamorfosis tan anhelada de la sociedad. Cada grano es como cada hombre o cada isla caribeña, tierra rodeada de mar, microcosmos perdido en el macrocosmos y a la vez archipiélago que reúne a todos, en una verticalidad, descendiente y ascendiente, vaivén entre agua y vapor, entre concreto e imaginario, entre dolor y esperanza. El agua limpia, el agua es pureza, el agua es transparencia y permite reflejar e intentar trascender nuestras opacidades.

Luz Severino ya había intentado desarrollar el mismo tipo de trabajo a través de la temática del velo de su exposición « Detrás del velo ». Leitmotiv de una búsqueda personal y artística, prueba de la profunda humanidad de Luz Severino que invita a cada uno a « rehumanizarse », a regenerarse, a compartir su aspiración ascensional hacia el cielo que sólo puede pasar por un verdadero encuentro con nuestro zócalo terrestre y sus productos básicos como el café.

Ojalá que llueva café para que podamos unir tierra y cielo, hilvanar vida y muerte, en una verdadera empatía con el mundo que nos rodea y los seres humanos tan presentes en esta exposición, en su imponente y corpórea abstracción, sus deslindes oscuros como el café tostado que contrastan con los naturales colores vivos y variados que los cubren y entretejen así los ásperos días de un cotidiano sin máscaras. Por ser todos idénticos y distintos a la vez, invitan a trascender las diferencias en una evocación de lo universal y de la común dimensión humana.

Por eso cantamos con Juan Luis Guerra en su canción epónima:

« Pa que todos los niños canten en el campo/ Ojalá que llueva café en el campo/Pa que en la romana oigan este canto/Ojalá que llueva café en el campo ».

Los hay que lo tienen todo…

Los hay que no tienen nada…

¡Ojalá llueva café para todos!

¡Ojalá llueva dicha para todos!